Enero puede ser un buen mes si te lo planteas como tal. Sol – y mucho – playas, vacaciones, etc., sólo el dinero puede ser una variante que tienda a desestimar la ecuación que se plantea. ¿Es Iquique una ciudad donde emana una fuerza pujante, casi invisible que tiene per se aroma de juventud?, a veces creo que sí, a veces creo que definitivamente no.

De un tiempo a esta parte observo detenidamente la proliferación de bandas – por un tema personal me carga llamarlas “emergentes” pero eso es harina de otro costal – que llevan un poco de este fin de década musical en la que se suplantó la calidad por la trascendencia y la forma por el fondo; puede sonar exagerado para algunos pero el stablishment de la industria musical y las pautas que se marcan, repercuten hasta en los lugares más recónditos del planeta o en los lugares que quieren asirse a una forma de ver y sentir las cosas como el primer mundo; ejemplo claro resultan los vicios de la política en general, que se repiten hasta en las más nimias juntas de vecinos.

Tal vez sea esa gana de querer parecer rockstars la que nos está faltando.

No es descabellado pensar en tener una banda en estos días, menos en la ciudad de Iquique. Vivimos la era de la digitalización de masas, del Facebook, del Twitter, etc.; todas plataformas que nos ayudan a ser nuestros propios managers, promocionar los shows y/o tocatas, etc. No hablemos de auto-gestión sino de ser “movidos” de conocer a tal o cuál, de no tener miedo a pararse ante 30 tipos que tocan tan mal como tú… veo que de a poco hemos ido superando aquello. Pero falta, aún nos falta. Nos apremia dar ese paso que no se quiso dar en los albores de 2001, cuando las tocatas en los colegios eran EL escenario donde mostrar lo tuyo, donde había un reinado de los hijos de Korn, Limp Bizkit, Slipknot, o de fervientes seguidores del Hardcore Melódico, etc.; un pequeño destello de escena en la que Lawrencio era un puñetazo en la cara si tenías entre 15 y 20 años, dónde Disdain mostraba como sonar de manera profesional (equipos que nadie tenía acceso, ellos los tenían) y dónde al Punk aún le quedaba cuerda para sonar íntegro y contestatario. Recuerdos en los que Massaro y Cia. daban sus primeros pasos, y la Pope Funk hacía bailar a todo el American College…en lo alto logró encumbrarse Blucifer; hoy sólo queda J. Vizcarra de aquella experiencia de banda que casi lo logra.

Pero esos tiempos fueron, y fueron hace rato. Los hijos de esas tocatas creyeron en lo Indie como el discurso y escudo de batalla, creyeron en esa palabra manoseada hasta la médula cómo el nuevo evangelio del rock. Muy pocos de ellos sabían que lo último del Indie murió en Knebworth Park en el 96’, ¿responsables?: Oasis.

Nótese las palabras de Javier Sanfelíu, en su blog y post de fin de año: «[…]Los hijos de la concertación aman «el arte y la cultura» y han tenido bandas de rock y han hecho películas. Ambas zonas se parecen mucho. Salvo algunas excepciones, jamás piensan en llenar estadios o cines sino en contar sus historias. Su mundo. De ahí que no exista escena musical. De ahí que no se llenen los cines…[…]»

¿Cómo podemos leer aquello para contextualizar nuestra situación?, invito a reflexionar y darnos cuento de ello…a ti cómo público es probable que elijas – si eres conocedor de la cultura y el arte en general- un cantautor de peso, o te inclines por el trovador de turno que vaga por los pubs de la ciudad reciclando una que otra balada folk, pero ¿Quieren los jóvenes escuchar historias personales? ¿Interesa tal cual promesa rota, corazón achurrascado o cita de medianoche? Creo que no. Puedes fácilmente disfrazar con metáforas la letras y lograr enganchar, pero lo anterior nos grita en la cara la necesidad de pensar más allá y creernos el cuento que por años nos estuvo esquivo, que hoy nos salta en la puerta, que bandas que toman el recambio y lo hacen suyo deben – por amor propio – sacar adelante y evitar de nuevo el vacío inerte y estéril que queda después de las heridas auto inflingidas de las bandas que se pierden en el camino y no apuestan por “ese algo más” que nos lleva a cargar los amplificadores y dejar de lado un montón de basura con el solo y puro encanto de colgarse las seis cuerdas y tocar, eso, tan simple como tocar un par de notas.

Suena y resuena la estrofa cantada por Zack de la Rocha en “Guerrilla Radio”: [Qué mejor lugar que aquí / que mejor tiempo que ahora], las cartas están echadas, hay programas de radio, espacios dónde mostrar lo propio y una cuota de magia y tiempo que no se da todos los días, no van a re inventar el Blues, ni a descubrir la quinta esencia del Jazz, sólo estarán aportando un grano a la historia de esta mítica ciudad. El ejercicio de la auto complacencia es fácil y barato, la envidia fatal; sólo resta apretar el acelerador y marchar hacia delante.

A veces, solo a veces, el pan se quema en la puerta del horno.

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