Hay recuerdos, situaciones o personas que nos acompañan por casi toda una vida –obviando a nuestras familias- casi por pura coincidencia; están allí, de manera explícita o implícita rondando el quehacer cotidiano o eventos de suma importancia en nuestro devenir. En lo personal, podría citar unos cuantos.

Puedo recordar perfectamente el día en que llegué al 4° básico de la Academia Tarapacá. Una mañana bien fría dónde el recibimiento por parte del curso era la indiferencia misma, sobre todo cuando venías de un colegio público que se ubicaba a 2 cuadras de distancia. El tono de misterio que rodeaba el ambiente era secular, casi unísono; todos clamaban por la ausencia de Christopher – mención aparte merece señalar que en aquel establecimiento nadie se llamaba por el apellido, era de mal gusto aquello- a quién me atrevía imaginar como el matón del curso o el galán pre- adolescente dado los rumores que se esparcían.

No fue sino hasta la segunda semana del mes de marzo que apareció el solicitado compañero; que estaba de viaje, que lo habían “echado”, que se cambió de colegio, etc.; yo sólo vi llegar enfundado en un vestón, algo grande, y arrastrando una mochila considerablemente más grande que él a un personaje algo tímido, gnomito y con “el corte hongo” ad-hoc a la época – corría la primera mitad de los 90’s- con ribetes castaños claro casi rubio, pero no era un blondo de alcurnia, por el contrario, era un color que te da la sal de playa cuando la quema el sol, ese teñido que te da el sudor de las 12:00 a.m. en la cancha del barrio. Al poco andar el idioma fue el mismo, solo que camuflábamos la jerga, el barrio y el origen para pasar desapercibidos aunque fuera las 8 horas de jornada escolar.

De candongas y malabares con el pequeño diablo, de diáfano semblante debido a su esquelética figura; fuimos los Super Campeones y los Power Rangers, creímos ser los reyes de la fiesta y la fiesta nos terminó tragando. Aventuras de niños, niñerías absurdas, pendejas pero inefables  al oído insípido de un adulto – o lo que sea que quiera decir ese término- que somos ahora. Así como leviatán de lo anárquico, era también eximio del balón pie; nadie podría creer que semejante y pequeña criatura fuera el goleador eterno del curso, que en él se depositara la esperanza de ganarle al 8° B y su ejército de gorilas, y le era tan simple, con esa simpleza que te da el barrio solamente. Nos patearon en el culo, nos echaron sin pena ni gloria del insigne colegio, fuimos a parar a la peor de las correccionales, uno al infierno, el otro al segundo infierno; así como si nada, 5 años de compañía, de secretos y verdades, algunas que supo cuando la edad y la cabeza podían entenderlo. Separados pero ni tanto, la basura como los opuestos, se buscan; y basura para botar teníamos para rato; nos graduamos del mismo curso, sabiendo nada y todo, entendiendo que la vida al parecer llegaba hasta ahí nomás y la Universidad era un algo lejano, bien lejano. Nunca fue muy ducho en el arte de los estudios, lo sé y recuerdo bien, tal vez sea uno de los tantos clichés de las históricas estrellas del rock, quién sabe.

Siempre me llamó la atención el inconmovible relajo. Se que escondía mucha mierda dentro, lo sé porque uno se da cuenta. No se alteraba, no respondía, solo reía y se burlaba si era necesario, pero siempre con un dejo de algo más. Las penas se olvidaban imitando a Brandon Boyd al calor de la madrugada e incontables vasos de ron; a veces; algo más, algo de relajo para el alma, algo de veneno para la cabeza.

Fui testigo privilegiado de la camaleónica forma de serpentear gente y personalidades, así como de echar abajo tabúes de nunca, siempre y tal vez. A estas alturas son juegos del pasado que poco importan.

Desde que supe que brincaba en los escenarios con un pseudónimo peculiar, uno similar al que le nominaban en el barrio – el cual mantenía bajo siete llaves en la escuela- me dije a mi mismo que era un sorpresa enorme, casi una broma, de ser el larguirucho apodado Pelao – en honor a un personaje del mítico Barrabases aunque creo que siempre te pareciste a Mono – quién hacía saltar a media juventud nortina al ritmo del Ska, una música que le era ajena, casi burlona pero que aprendió desde cero para comenzar a dar brincos por su cuenta. Es raro verle brillar bajo las luces, es raro cuando sabes que el personaje que ha creado para subirse a las tablas es un ser, a estas alturas, conocido y reconocido. Sé que no eres tú cuando estás arriba llevando el espectáculo a tu antojo, te conozco y aún puedo ver al pendejo enano y rubicundo haciéndole creer a Felipe que era chistoso, volviéndose marioneta en las playas de Arica, mintiéndoles a los pijes buena onda y jugando a ser grande en un mundo al cual no logra adaptarse… ¿Sabes?, nunca se supo tu punto débil, ¿o es acaso que no tenías?, no creo; aún eres humano, urbano y no escatimo en decirlo: Estás a un paso de la gloria.

Nos vemos viejo amigo, por ahí, o por Aká.

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