Se cerró el verano. Ya comenzó ese aire frío en la caída de la tarde iquiqueña; difícilmente sean las hojas secas quiénes anuncien la llegada del otoño; por lo que sé, las calles no se cierran cuando caen las hojas.

Desperté a las 06:23 de la mañana, con la radio a media potencia mientras que el periodista se sentía agitado de tanto correr de aquí para allá, cubriendo la noticia que despertaba el día. Llegaba el presidente de la Nación más poderosa del Mundo. Aún cuando la expectación iba in crescendo y los canales se aprestaban a enfocar todas sus luces a la super vedette, no moví un músculo. El hastío y la decepción me hicieron regurgitar la cena de la noche anterior, excusa ideal para seguir en cama por media hora más.

Yo fui de los que se emocionó con la imagen de Obama en el triunfo de la elección, de cómo quebró una historia marcada por la segregación racial, de cómo se enfrentó al más intelectual y al más redneck de los norteamericanos; Barack era un campeón; siquiera el ala ultra conservadora de los Republicanos, con McCain a la cabeza y su mal metarelato de la guerra de Vietnam pudo contrarrestar las ganas de un cambio. Yo grité “yes, we can”… y casi vomité cuando Sebastián Piñera intentaba parecerse al moreno estadista.

Acaso Obama encarnaba al político que queríamos por fin ver asumir tamaña administración, a ese personaje que envestimos de héroe y rogábamos que en nuestro país naciera un tipo con la capacidad política e intelectual como él… ¿Tanta era la necesidad creada?, ¿Será que esos anhelos eran debido a la pobreza de nuestra política nacional y regional? Al correr los meses, vino lo inevitable.

Barack Obama decayó al punto de no lograr el 50% de apoyo a la gestión de gobierno. Mantuvo a los mandos medios, responsables de la crisis financiera de USA, apagó la inflación con bencina y las grandes promesas demoraron en llegar o derechamente no ocurrieron – Guantánamo aún espera – así como los conscriptos en Irak.

Ni hablar de nulo apoyo de la mayoría republicana del congreso para apoyar una minúscula reforma al sistema de salud.

En este escenario llegó el workin’ class hero de nuestra generación; mucho contingente policial, servicio secreto y demás. Un presidente incontinente, con la sonrisa mal dibujada, esperando nervioso la llegada de su ídolo mesiánico. La gente poco y nada prendía. Los mismos de siempre contra todo – pro nada, gritando consignas anti imperialistas; me recordó la paradójica visita de Bill Clinton. Lo de Obama pudo ser parecido, pero la mochila del Zeitgeist actual es demasiado grande. Saludos más saludos menos, alfombra roja y la odiosa comparación de nuestro presidente de la República con su homólogo estadounidense; cuando aprenderá que no es cercano ni genera empatía.

Un día sin pena ni gloria, con discursos preparados hace más de dos meses – Neruda mediante – con ansiosas esperas de los periodistas y con Los Jaivas haciendo gala de lo nuestro y no tan nuestro. 21 horas alcanzó a estar Obama en este país enjuto y con mala cuea’. Sebastián durmió con el sabor del deber cumplido y el gusto dado…

Obama partió en su AirForce 1, mientras agitaba su mano al viento despidiéndose, le retumbaban las preguntas de los periodistas chilenos, le retumbaban las vainas de las bombas que caían y explotaban en ese momento sobre Libia.

…y así no llegó el otoño…

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