Por César Maturana 

Escritor del Iquique originario y dueño de una gramática con personalidad propia, hoy trabaja en el Palacio Astoreca y es posible escuchar sus cuentos en radio UNAP en capsulas estratégicamente ubicadas en el tiempo. En una de sus visitas a los medios para promocionar el concurso nos encontramos con Pedro que nos cuenta sobre su trabajo y relación con el concurso Iquique en Cien palabras y como éste, le ha ayudado a continuar con su trabajo convirtiéndolo en alguien aún más conocido. Si es que eso puede ser posible. Y es que, no se puede considerar uno Iquiqueño si nunca ha escuchado uno de los cuentos del gran Pedro Marambio.

Uno de sus cuentos más importantes y ganador del concurso en el año 2013 El Marilyn nos muestra como en gran parte de su obra, un Iquique barrial, con matices, sin héroes ni villanos sólo personas de carne y hueso que sienten a diario los embates de una ciudad que avanza hacia la modernidad y la globalización.

En la última edición del concurso el año 2016 Pedro participó con 2 cuentos, el primero “ubicado entre los 100 primeros lo llamó» La maldición y cuenta la historia de la visita desapercibida de la ciudad del gran Harry Houdini y como este actuó en el teatro municipal pasando a ser no más que otro show de variedades.

El segundo cuento si ganó una mención honrosa La Chola nos cuenta Pedro es la historia de una peruana que trata de ganarse la vida en Iquique vendiendo estofados de paloma en las calles céntricas de la ciudad al son de cancioncitas y con buen sabor.

La plata siempre es escasa y este tipo de instancias son aportes que sin duda ayudan a seguir creando y cultivando a través de mis talleres literarios siempre incentivo el hacer este tipo de cuentos cortos y la verdad nos ha ido muy bien, el año antepasado por ejemplo una alumna de estos talleres ganó el concurso y constantemente mis alumnos quedan entre los primeros cien” nos comenta Pedro Marambio mientras busca entre sus papeles una copia de El Marilyn.

La Chola

Saltaba como chibola para agarrar por las patas a las palomas de la plaza Condell. No le daba remordimiento apretarles el cogote porque pensaba en la seño que la echó al toque por chola. La vieja fea le dijo que le daba cólera su acento pe y que no quería una nana que oliera a llamo. En la pieza del cité, metía las aves desplumadas en un ollón y las sazonaba igualitito que su abuela tacneña. En la calle, las voceaba como «manjar del Rímac», para quitarle la tristeza a los iquiqueños lisurientos.

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