No importa que la magia de Pink Floyd salga desde un vinilo, un ringtone o desde iPod. Los que hemos crecido escuchando la guitarra de David Gilmour en vez de los irrisorios cantos de Pin Pon no nos importa de donde sea emitido ese encanto floydiano. Cuando simplemente esa música palpa tus oídos y tus arterias cerebrales, no necesitas más que apagar las luces y sensibilizar mucho más tu intuición. Mil veces me pasó lo anterior esa noche del sábado 26 de junio recién pasado, cuando Brain Damage, banda tributo de Pink Floyd, aterrizó en este puerto.

Para muchos los que asistimos al evento fue lo más cercano que estaremos de Pink Floyd. Yo recordé mi adolescencia completa, un viaje místico que me trajo recuerdos gratos y otros no tanto; una descarga de energía de la que yo no era su única víctima: sólo bastaba mirar a tu alrededor y era fácil darse cuenta que habían otros igual que uno: que no paraban de corear cada canción, de imitar los golpes del baterista o los punteos del guitarrista. Todo esto me hizo recordar por un momento, sólo por un momento, ese viejo libro titulado La Nave de los Locos de Sebastian Brant.

Locos todos, pero locos rockeros. Y desde un principio nuestro delirio se comenzó a satisfacer con temas clásicos como In the flesh? y Another Brick in the Wall. Luego, Shine On You Crazy Diamonds, y en medio de ésta comienza a gestarse la tormenta: el sonido se dificulta y empaña el actuar del teclado y, para más remate, las imágenes de fondo desaparecen. Todo se detiene por unos breves minutos. Algunos aprovechamos de aterrizar. Otros simplemente esperan. Es que nunca esto estuvo perdido: nada bueno se puede disfrutar bien sino viene con algún tipo de inconveniente.

Y luego comienza a dar vueltas el reloj de mano. Ese demonio que nos sigue a diario, que nos pisa los talones y nos obliga a no fijarnos en lo primitivo que somos: Time por los parlantes. La mayoría de los que en un principio estábamos eufóricos, en esos minutos lo estuvimos mucho más. Como si fuera poco, The Great Gig In The Sky al más estilo Leslie Duncan, la corista de Pink Floyd que ahora debe estar descansando en algún lugar del universo. Después seguimos el mismo linaje: Any Colour You Like, Eclipse y Brain Damage, ésta última fielmente dedicada a todos los altos dementes que conforman la política.

Podemos pasar por alto muchas cosas, pero no esa sensación de haber perdido la cabeza por algún momento. En cierta manera, Pink Floyd es de esos grupos que te invitan a eso. Aunque a veces ni siquiera te invitan, simplemente te degolla por sorpresa como un Gurkha. Al final de la noche, Comfortably Numb, Wish You Where Here entre otros clásicos más. En ese momento por fin me atreví a confesarle a esa mujer que la amé en secreto. Y recordé que vale la pena abrir el corazón por un par de horas, y retornar a casa con la sensación de haberlo hecho bien. Gracias Brain Damage, gracias Pink.

Fotos: Eddie Selfene

Para fotos del evento, un click aquí


Comentarios

Comentarios

Los comentarios están cerrados.