En la madrugada del 4 de enero, a modo de inercia, prendí el computador; soberbia noticia me dio duro en la cara….
Sandro había muerto.
No fue lo mismo que sentí cuando me enteré de la muerte de Kurt Cobain ni del deceso de Layne Staley, mártires del Grunge si se pueden llamar así; esta vez fue más reposado, lento y lleno de recuerdos. Fue inevitable pensar en quiénes compartían conmigo el gusto por El Gitano; corrieron en mi cabeza durante un fulgor espeso, espasmódico y rápido, imitaciones del triste payaso, cantos a dúos y conversaciones; recuerdos de niñez al lado de una vieja radio o caracterizándome para complacer la venia artística sacada a punta de shows promocionados y patrocinados por mi abuela materna; largos discensos con amigos transandinos acerca de la significancia de El muchacho en el Rock y el Pop en Sudamérica…
pero jugando de wing izquierda, iba una pena sobria.
Era casi inevitable no sentir una cuota de pena, no de rabia, sino pena de esa que te deja postrado unos segundos en tu asiento recordando y recordando; lo imperecedero de sus letras, a veces tan faltas de metáfora ¡pero quién quiere metáforas cuando necesita inyectarse una buena canción de Sandro, para eso escuche algún grupo progresivo o que sé yo!; esas letras a ratos tejidas cómo una maraña hecha para cantarlas a viva voz…»Tengo, un mundo de sensaciones/ un mundo de vibraciones/ que te puedo regalar»…
Mi abuela lava ropa como condenada, a prisa y en estado de enajenación. Deben ser entregadas a las 20:00 horas, ante que comienza la función en la Wat’s del centro de la ciudad; la balada romántica del minuto la canta el Elvis criollo «Así cómo se arroja de costado un papel viejo/ así como se marcha la noche con el día/ así cómo se escapa el agua entre los dedos/ así te dejé ir sin meditar» y yo, mirando el mantel seboso de la cocina me alimento del letargo de la voz saliente de la radio vieja.
Hoy, a mis 27, bajo un sol de mierda con 28º de calor cantando alegremente en la micro junto a mi bella mujer; con la cara al cielo, recordando al pequeño argento, a su música, a su legado, a su justificada pero impropia comparación con Gardel, a su tantas formas artísticas; a su enorme carisma y talento; y grabándome en mi cabeza, estrofas para no olvidar:
[…]No quiero que me lloren
cuando me vaya a la eternidad,
quiero que me recuerden
como a la misma felicidad;
pues yo estaré en el aire,
entre las piedras y el palmar;
estaré entre la arena
y sobre el viento que agita el mar.[…]
Hasta siempre Muchacho.