Por Alberto Fuguet

Me lo dijo Isaac León Frías, crítico de cine peruano, en la presentación de su libro de cine «Grandes ilusiones»: «Los cinéfilos somos generosos». Me lo dijo así, en plural, y se refería a él y a su gente, y a todos los presentes en la sala, pero también a todos los millones de cinéfilos que existen en el mundo, que están en las salas, en los clubes de videos, a los que leen revistas de cine o son surfistas digitales que navegan de blog en blog, de torrent en torrent.
¿Somos los cinéfilos generosos?
¿Son generosos los fanboys, esos cinéfilos militantes que defienden con toda justificación aunque quizás con algo de sobregiro «El caballero de la noche» y otros superhéroes como si se trataran de su propia familia? Supongo que sí. Por cierto que sí. Quizás estos últimos más que nadie («no nos toquen lo poco que nos queda»); al final son todos los que sienten que el cine es un lugar donde perderse para luego salir motivado.
Según León Frías, la generosidad no va por el lado de donar dinero o hacer trabajo social (al revés: quizás a los cinéfilos nos falta cierta conciencia social), sino que en el sentido que no concebimos la experiencia de ir al cine si no se comparte, ya sea de forma ligera (un comentario al pasar) o ya, de manera más elaborada, en críticas o blogs. Si no se cuenta-alaba-destroza con otro, no vale. De ahí que, en un principio, surgió el cine-club (sitios de cinéfagos y enfermos de cinesífilos, según Caicedo, el mártir de los cinéfilos) y luego las revistas de cine que mutaron, naturalmente, en blogs o páginas web. La cinefilia sería, así, el pegamento que une a un grupo de personas que sin el cine, no serían amigos; no tanto porque no se llevarían bien, sino porque es a través del cine que se atreven a conversar de mil cosas. El cine es la excusa, pero también es el medio y, sin duda, la meta.
Héctor Soto está de acuerdo y el libro «Una vida crítica» no sólo es un éxito acá, sino que ya está encontrando fans en otros sitios, partiendo por Argentina y en la revista más cinéfila de todas: «El Amante». Soto piensa parecido a León Frías y, supongo, todos los cinéfilos piensan más o menos igual. Soto también cree que el acto de ver y comentar cine es de generosidad, y que si bien la cinefilia era una manera de huir del mundo y, a la vez, «de conectarme y de descubrir el mundo». Cito a Soto: «la percepción de un filme queda incompleta si no la cierra una pequeña discusión, un vago intercambio de ideas entre amigos o la lectura de un artículo que saque nuevas resonancias de la cinta». En su libro, Soto sostiene, tal como se fijó el crítico francés Serge Daney, que es un cinéfilo, pero más que nada, un hijo del cine. Los franceses inventaron esta «perversión-adicción» y la palabra cinéphile es tan ambigua como precisa y compleja: amor al cine pero, fonéticamente, suena a cine-fils, es decir, hijo del cine.