Es cierto, hace bien estar en soledad, me refiero a tener días, momentos de soledad, de estar con uno mismo, de pensar, reflexionar, escuchar nuestro corazón, en fin…¿Pero estar siempre en soledad y para colmo sin ánimo de nada? ¡No! (Aunque confieso que sí he tenido días así).
Es que el caso de Samuel, protagonista de “Amor en Minúscula” (Editorial Vergara) del español Francesc Miralles, es extremo. Es un profesor de literatura alemana que no está contento consigo mismo, no tiene amigos, su última relación sentimental lo dejó mal y en el edificio donde vive, pasa de largo para no saludar –ni conocer- a sus vecinos.
Hasta que un gato abandonado llamado Mishima llega a su puerta y con su llegada, la oportunidad de conocer a su vecino –un redactor de libros-, una veterinaria, un fanático de la vida en lejanas galaxias y Gabriela, su amor de infancia, que regresa para trastocar su mundo.
Sí, “Amor en Minúscula” es un libro que deja una sensación liviana en tu corazón, sí, lo llena de aire, energía y tranquilidad. Lo que todos ansiamos al levantarnos cada mañana.
DONDE MIRA DIOS
Para mi sorpresa, Gabriela ya estaba allí cuando llegué puntualmente a la cita.
Algo nervioso, me planté delante de la mesa de Gabriela, que en aquel momento estudiaba la carta de tés.
“¿Debo saludarla con dos besos en las mejillas?”, me pregunté.
Por lo general, uno no se arrepiente de algo que no ha dicho o no ha hecho, así que decidí ocupar mi asiento y esperar los acontecimientos. La saludé tímidamente y me sumergí en la carta de especialidades. Como no tenía demasiada experiencia con el té, pedí un Lady Grey sólo porque me gustaba el nombre.
Estaba pensando cómo iniciar la conversación, cuando Gabriela –que llevaba un rato haciendo girar la taza vacía- dijo sin mirarme:
-Los artesanos japoneses son unos genios cuando hacen tazas. Por cierto, ¿sabes en qué parte se esfuerzan más?
-No lo sé –respondí-. ¿En el asa, tal vez?
-Las tazas japonesas no tienen asa.
-¿Cómo lo sabes?
-He vivido allí lo suficiente para saberlo.
-¿Has vivido en Japón?
-No has contestado a mi pregunta –insistió frunciendo graciosamente las cejas.
-Pues, supongo que se esfuerzan en decorar el exterior de la taza con ornamentos simples y armónicos. Muy zen en todo caso.
-No es eso –dijo.
-Entonces procuran que sea perfectamente redonda.
-Tampoco. Una taza irregular puede ser una obra de arte.
-Me rindo –admití-. ¿En qué se esfuerzan?
-En la parte de abajo –declaró-, lo que no se ve. Y ¿sabes por qué? Es donde mira Dios.
Acto seguido me dedicó una sonrisa pícara que me desarmó.
Aquélla era una conversación más propia de niños que de adultos que se acercan al ecuador de su vida. Y gracias al cielo que era así.
En circunstancias normales hubiera disparado las preguntas que me parecían mas urgentes: “¿De verdad que crees en Dios?”, “¿Dónde y cuándo viviste en Japón?”, “¿Por qué estamos hablando de tazas de té en lugar de resumir nuestra biografía?”, “¿No es eso lo que se suele hacer en una cita?”.
Sin embargo, no quería romper aquel inicio mágico ciñéndome al guión establecido para “chico y chica se conocen”. Suele consistir en una especie de confesión vital a grandes rasgos, con especial atención a los fracasos sentimentales. Por lo general, se precisan unas cuantas sesiones para que uno y otro puedan completar su informe. A partir de aquí, cuesta encontrar qué decirse.
Entendí que con Gabriela, en cambio, se trataba de decir cualquier cosa menos eso. Pero mi experiencia de hombre solitario me daba ciertas bazas extravagantes que podía emplear para la ocasión.
EN LIBRERÍAS.