Se acerca Navidad y escribir acerca de Cada Siete Olas (Editorial Alfaguara) de Daniel Glattauer, me hace recordar la columna que escribí de la primera parte de este libro; Contra el Viento del Norte a principios de 2011 y me recuerda que le regalé a 4 personas amigas el mencionado libro. ¿Regalaré esta segunda parte? Tal vez, bueno, a una no, porque lo leyó rápidamente y a la semana descargó Cada Siete Olas, impaciente no más…(broma).

No profundizaré sobre el término de Contra el Viento del Norte, pero Cada Siete Olas inicia meses después de lo ocurrido en el desenlace del primer libro, con el regreso de Leo Leike a la Bandeja de Entrada de Emmi Rothner, luego de unos meses de ausencia virtual. Y este regreso promete, porque ahora Emmi y Leo quieren quedar para conocerse en vivo y en directo, quieren reunirse en un restorán para comer pastas y beber una copa de vino, Leo quiere presentarle a Pamela, su novia y Emmi quiere que Leo conozca a sus hijos, o sea, en Cada Siete Olas hay más correos electrónicos llenos de profundidad, cargados de verdaderos sentimientos…y también está la posibilidad de un encuentro cara a cara.

Cada e-mail escrito en Cada Siete Olas me llegó profundamente, aunque me dio la impresión de que en esta oportunidad Leo está maduro en cuanto a manifestar sus sentimientos, mientras que Emmi está…acalorada (por así escribirlo). En Contra el Viento del Norte, Leo era el caliente y Emmi la que –intentaba- frenar los impulsos de su querido amigo por correspondencia.

¿Habrá tercera parte? He intentado buscar la respuesta estos días en distintas páginas, y no la he encontrado. Da la impresión que sí, pero en caso que Daniel Glattauer no se anime a volver con los correos de Emmi y Leo, ¿Qué más da? Para eso estamos nosotros, los seres humanos, para iniciar una relación epistolar con las personas a las que más queremos y apreciamos…O con una persona que –apenas- conocemos en persona y que apareció mágicamente en nuestra bandeja de entrada.

CAPÍTULO 14

Asunto: Ilusión de todo.

Hola, Emmi.

No es fácil explicarte mi situación, pero lo intentaré. Empezaré con una cita de Emmi: “Una sola persona no es capaz de dárselo todo a alguien”.

Tienes razón. Eres muy sabia. Muy sensata. Muy razonable. Con esa idea en mente nunca corres el riesgo de pedirle demasiado al otro. Y puedes contentarte con hacer aportaciones particulares a su felicidad sin sentir remordimientos. Así se ahorra energía para los tiempos difíciles. Así es posible convivir. Así es posible casarse. Así es posible criar niños. Así es posible cumplir promesas, así es posible establecer “relaciones de conveniencia”, consolidarlas, descuidarlas, sacudirlas, salvarlas, volver a empezar, afrontar las crisis y superarlas. ¡Grandes tareas! Lo respeto, en serio.

Sólo que yo no puedo así, no quiero así, no pienso así. Aunque ya soy adulto y por lo menos dos años mayor que tú, hay algo que sigo conservando y (aún) no estoy dispuesto a perder: la “ilusión de todo”. La realidad: “Una sola persona no es capaz de dárselo todo a alguien”. Mi ilusión: “No obstante, tendría que desearlo. Y no debería dejar de intentarlo nunca”.

Es probable que mi futuro con Pamela, si es que existe, se halle a miles de kilómetros de aquí. Creo que a mí me costará menos que a ella habituarme y adaptarme a un nuevo entorno.

Su estado de felicidad me motiva. Quiero seguir viéndola como la he visto estos últimos días. Y quiero que ella me siga mirando como me mira desde hace unos días. Me mira como a un hombre que tiene la capacidad de dárselo “todo”. No, no es la capacidad, es sólo la disposición. En medio hay ilusión. Quiero conservarla por un tiempo. ¿Para qué merece la pena vivir si no es para las ilusiones de “todo”?

EN LIBRERÍAS.

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